¡Me sentí tan cómoda allí!
Podía hacer casi todo lo que quería.
Podía manipular las palabras y las ideas a mi antojo, e incluso me pagaban por hacerlo.
Tenía a mi disposición todo un mundo, mucho más interesante que el de la materia y de las acciones concretas.
Mi cuerpo protestó: no quería seguir siendo descuidado.
Mi cabeza también me soltó: ya no quería ocuparse de todo, dejó de ser mi capullo-refugio.
Mi quasi-burnout tomó los colores de un malestar melancólico.
Probé el Tai Chi, hice un poco de yoga. Descubrí la energía y la acupuntura.
Todo un universo, un poco impresionante, muy atractivo.
Y un día, conocí a los SONIDOS... ¡amor inmediato a primera vista!
Sin entender realmente por qué, pero sin cuestionarme nada, empecé a practicar el CANTO DE LAS VOCALES.
Todos los días.
Empecé a oír mejor el cuerpo que habito.
Me reveló cómo se comunicaba con mis pensamientos y emociones.
Empecé a ver que este pequeño mundo me estaba enviando mensajes a escondidas.
Así que examiné más detenidamente los vínculos entre los distintos componentes de nuestro ser:
Descubrí el fascinante mundo de los enfoques mente-cuerpo, aquellos que se ocupan tanto del cuerpo como de la cabeza (Brain Gym, Body Mind Centering, Continuum...).
Cada uno de estos enfoques me ha dado alguna respuesta a la pregunta: ¿Hay una manera de habitar el propio cuerpo sin sentirse atrapado?
Gracias al CANTO DE LAS VOCALES, mi práctica diaria ineludible, y gracias a mi caja de herramientas cada vez mayor, me he reconciliado tranquilamente con la vida en la Tierra 🕊
Me di cuenta de que se podía seguir explorando todos los posibles y mantener los dos pies en el suelo.
Más que eso: comprendí que habitar mi cuerpo es el pre-requisito absoluto e indispensable para asumir mi naturaleza creativa y florecer actuando en la materia.
Con los años, esta forma de espiritualidad hiperencarnada se ha convertido en mi especialidad.